«Escúchame acosador@:
Voy
a enviarte un mensaje claro y conciso: Para. Deja de meterte con él, con ella,
deja de insultarla, de susurrarle cosas, de utilizarle como burla en cada una
de tus ocurrencias. Emplea toda esa energía que estas utilizando para hacer
daño en algo productivo. Quizá ni siquiera sabes porqué te produce esa
antipatía, esa desazón interior que te lleva a comportarte de ese modo, si es
porque tiene sobrepeso, por sus gafas pasadas de moda o porque saca mejores
notas que tú, no sabes porqué, pero que te desagrade no te da derecho a hacerle
daño. Disfrutas dañando y/o humillando a otras personas, ¿no te da eso qué
pensar? ¿Eres una mala persona? Si no lo eres deja de hacerlo y si lo eres
busca ayuda, porque las malas personas generalmente son seres infelices. Y
recuerda, no porque seas adolescente estás libre del peso de la ley, lo que
haces es un delito y está penado. Como te digo, invierte esa energía en algo
que no implique lastimar física o emocionalmente a otra persona. Si no paras puede que cuando te des cuenta de lo que has hecho sea demasiado tarde para
reaccionar y te arrepientas toda tu vida de un comportamiento que no te lleva a
ninguna parte.»
No
me gusta hablar de mi vida personal, pienso que a mis lectores poco o nada les
importa qué me gusta hacer los domingos por la tarde, o si saqué buenas
calificaciones en mecanografía cuando estaba en el colegio. Pero hoy el cuerpo
me pide hacer una excepción. Cuando leo casos como los que recientemente han sucedido en los que alguien que está comenzando a vivir decide quitarse la
vida porque ha sufrido acoso escolar (o bullying que parece que en inglés las
palabras cobran más fuerza) me duele el alma, y no solo porque sea una persona con sentimientos y capacidad de empatía, sino porque yo también lo viví.
No
es algo que guarde como un secreto, de hecho en más de una de las
presentaciones de Mangaka. Lágrimas en la arena, hemos hablado del personaje de
Carla, de sus rarezas y su peculiar forma de ser, debido, entre otras circunstancias, al acoso que sufrió en el colegio. Cuando el tema del acoso escolar ha salido a colación lo he
comentado.
No hablo de oídas, no imaginé lo que se siente para escribir la novela, lo viví y lo
sufrí siendo una adolescente, como esos chic@s que lamentablemente ya no están
con nosotros.
Yo
sufrí acoso en el colegio, cuando no se hablaba de acoso escolar, cuando no
existían protocolos de actuación, cuando los profesores lo tomaban como «cosas
de niños». A los trece, catorce años era
una adolescente más alta que la media, muy delgada, con gafas, tan inteligente como
tímida y que además me relacionaba a voluntad con los menos «populares»,
con quien nadie quería «juntarse» para jugar por X o por Y. Estos fueron suficientes «motivos» como para que Acosador y su corte de fieles me colocase en el objetivo de su punto de mira.
No
voy a detallar los episodios que viví, seguro que muchos de quienes me leéis
quizá hayáis pasado por lo mismo alguna vez, el problema se agrava cuando no es
una vez, ni dos, sino a diario.
«No
te preocupes, Acosador va a repetir
curso y el año que viene ya no estará contigo» Jamás olvidaré la «solución» que
me ofreció mi tutor cuando le conté entre lágrimas que ya no podía más. Porque no solo sufría
por Acosador sino por la Enamorada de Acosador, quien pagaba
conmigo que él me prestase más atención que a ella (muy a mi pesar).
En
mi caso, después de casi dos años, en los que primero callé y después hablé con
mi tutor y con mis padres, el acoso cedió porque fui al instituto, a 1º de BUP,
lo que hoy en día sería segundo de la ESO, qué ironía, para mí el instituto fue
una liberación, y cuando mi padre, cansado de que el colegio no tomase cartas
en el asunto, se entrevistó con el individuo.
Lo
curioso es que después de los años, de adultos, por azares de la vida he coincidido con Acosador en más de una circunstancia,
hemos tenido que mantener alguna conversación y al dirigirse a mí pareciese que
hubiese borrado de su mente todo aquello. Una vez incluso me habló de «los años
que coincidimos en el colegio» como si no fuese consciente de lo mal que me lo
hizo pasar. Y creo que realmente no lo era, no lo es. Para mí en cambio, el
tiempo ha atenuado las sensaciones y los recuerdos, ya no duelen, en absoluto, pero jamás, y digo jamás,
podré mirarle sin sentir... dejémoslo en desagrado.
Por
eso, si tú que me lees ahora te reconoces en mis palabras, si te sientes como yo me sentía en aquel momento, alza la
voz, grita que ya no puedes más, cuéntaselo a tus padres, a tus profesores, a
tus amigos, a quien pienses que puede ayudarte, cuéntalo porque no tienes nada de qué
avergonzarte, que se avergüencen ellos de su comportamiento, porque tú no estás
haciendo nada malo. Busca ayuda, porque no son cosas de niños, no lo era
entonces y no lo es ahora. Y créeme, saldrás, seguirás adelante, perseguirás
tus sueños y serás feliz, llegará un día en el que dejarás de sentirte mal, en
el que dejarás de llorar y ese nudo que te atenaza en la garganta se esfumará.
Serás feliz, serás como cualquiera que vive sin esa
opresión. Lucha, porque lo conseguirás, estoy convencida :).
María José Tirado
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