octubre 30, 2016

Vivir sin ella

Buenas noches, este está siendo un fin de semana intenso en cuanto a escribir se refiere, #BLLA está en su tercio final y estoy deseando poner la palabra mágica ;) porque eso significará que queda menos para que podáis leerla. Sé que tenéis ganas de cositas nuevas, pero mientras llegan os dejo con una pequeña pildorita de las que se me ocurren de cuando en cuando :). Besos Caperus y Lobos, os dejo con Vivir sin ella, espero que os guste. 





- Pues no me quieras, joder – le había dicho, cerrando la puerta en sus narices, fulminándole con sus hermosos ojos grises crispados por la emoción.
No me quieras. Ojalá fuese tan fácil, se dijo, conteniendo las lágrimas que desvergonzadas se atrevían a llenar sus ojos azules. Tan fácil como había sido para ella dejar de quererle, de la noche a la mañana. Dejar de buscarle, de llamarle, de mandarle mensajes, de ir a buscarle al trabajo…
Y se volteó, dispuesto a recorrer el pasillo en sentido inverso. Jamás un pasillo pareció tan frío y lúgubre, cuando antes, cuando ella le amaba, se asemejaba a las puertas del mismísimo cielo, pues era el último resquicio, la antesala de su particular paraíso. Porque su paraíso era ella, su cielo, su patria, su nación tenían las sinuosas curvas de una mulata caribeña de ojos grises y cabello caracoleado. 
Ojalá nunca la hubiese conocido. Ojalá nunca se le hubiese acercado pidiéndole fuego en mitad de aquella discoteca ataviada con aquel diminuto vestido de blanca lycra que tan poco dejaba a la imaginación. Pero entonces nunca se hubiese deleitado con el sabor tibio y afrutado de sus besos, de sus voluminosos labios del color brillante de las amapolas. Entonces viviría sin conocer el placentero roce de la suave piel de entre sus muslos, de la aterciopelada silueta de su voluptuoso pecho. 
Sería más fácil desconocerlo que anhelarlo para siempre, se dijo. Probablemente sí, pero no había marcha atrás. La había conocido, la había amado y ahora la anhelaba, a cada respiración.
La había perdido, y algo en su interior le gritaba que para siempre. Dio una patada al enorme cenicero del descansillo, el contenedor metálico rodó por el suelo, tiznándolo de cenizas y anaranjadas colillas.
Para siempre. Demasiado tiempo cuando era incapaz de imaginar un solo día sin ella. Cuando había bebido de su risa, cuando había palpitado con su llanto, cuando la llevaba tatuada en su carne desde hacía demasiado tiempo.  
Maldijo su estampa, ahogando el dolor entre los dedos, apretándolos con fuerza. Tendría que aprender a soportarlo, a vivir con su ausencia. A vivir sin ella.
Aunque en aquel preciso momento era incapaz de imaginar cómo.

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