Pues ya somos más de 300 seguidores en Facebook, y aquí está mi regalo para tod@s vosotr@s que con tanto cariño aguardáis cada letra de Entre Vampiros. Espero que disfrutéis leyendo este nuevo Mordisco de Entre Vampiros tanto como yo lo hice al escribirlo. Un beso enorme a tod@s y mil gracias por estar ahí :).
Mordisco
nº 4,
Demonios
de la noche
Fue
allí donde le conocí, en el río. Una tarde en la que con mis manos lavaba una
gran cesta de ropa, mientras un grupo de niñas y niños varios años mayores que
yo se bañaba en las aguas del Oxo, vestidos, con las ropas pegadas a sus
menudos cuerpos. Reían y jugaban con una pelota de piel de cabra curtida.
Yo les observaba, embelesada,
mientras golpeaba las humildes prendas de mis hermanos contra aquella enorme
piedra plana, restregándola con el jabón que habíamos fabricado días antes.
Entonces
la pelota cayó justo frente a mí, salpicándome, quedando trabada entre las
rocas, y uno de aquellos chicos corrió hasta mi lado para recogerla.
El
sol brillaba a su espalda, regio, soberano, deslumbrante. Envolviéndole en una
especie de halo que en aquel momento me pareció mágico. Su piel era oscura,
cetrina, mucho más que la mía, y en su cuerpo enjuto se marcaban las costillas,
aunque era alto y espigado. El chico me miró a los ojos y sonrió, desplegando
una sonrisa inmaculada entre los labios.
- ¿Me la das? – pidió,
refiriéndose a la pelota, y yo se la entregué. Con gran agilidad la lanzó de
vuelta hacia sus amigos -. ¿Cómo te llamas? – preguntó, pero yo no respondí,
tímida, incapaz de enfrentar sus grandes ojos de un particular color miel -. Yo
me llamo Shapur, ¿quieres jugar con nosotros, niña? – inquirió y yo negué con
la cabeza, cubierta por un pañuelo de algodón azul, aún me restaba mucha ropa
por lavar y además no le conocía, le había visto en el pueblo, alguna vez, pero
nada más.
- No puedo – apunté indicando
hacia la enorme pila de prendas, el muchacho resopló compasivo, para esbozar
después una sonrisa tan amplia como el horizonte.
- Si quieres puedo echarte una
mano – propuso para mi sorpresa -. ¿Qué? Sé hacerlo, ayudo a mi madre… -
explicaba mientras yo me hallaba tan sonrojada que no podía alzar los ojos para
mirarle siquiera, sólo deseaba que se marchase.
- ¡Shapur, vamos! – le llamaron
sus amigos, uno de ellos incluso se acercó hasta nosotros en su busca.
- No, gracias. Puedo hacerlo sola
– repliqué cuando el otro chico nos había alcanzado.
- Está bien, ojos-bonitos, ya nos veremos – aseguró halagando el particular
color turquesa de mis iris, estirando sus voluminosos labios en una nueva
sonrisa antes de regresar con el resto del grupo.
Yo
tendría catorce años entonces y él alrededor de dieciséis.
Aquel
fue nuestro primer encuentro, cómo olvidarlo si me pasé los siguientes cinco
años bajando a aquel río con la esperanza de volver a verle.
Pero
no fue así, después de aquella nimia conversación que compartimos a orillas del
Oxo, aquel joven, Shapur, sencillamente desapareció. No volví a verle en el
río, ni en la ciudad cuando acompañaba a mi padre al mercado, ni en las fiestas
religiosas… Fue como si se lo hubiese tragado la tierra.
Con
el paso de los meses supe que su madre se llamaba Amina, que era una mujer
repudiada, como cualquier madre soltera de aquel entonces, y que vivía al otro
lado de la ciudad con sus padres quienes se habían apiadado de ella y le
permitían compartir su casa.
También
tuve conocimiento de que el abuelo de aquel joven contaba con la fama de ser el
mejor herrero de la todo el imperio. Generales de todo el ejército persa
acudían desde los más recónditos lugares hasta la ciudad de Bactra por la fama
de sus magníficas espadas. Fue así como Shapur, cuando aún era casi un niño,
fue reclutado para la armada más poderosa del mundo. El ejercito Persa.
Un
buen día oí, gracias a espiar discretamente una conversación entre mi padre y nuestro
vecino, como aquel muchacho, al que todos creían hijo ilegítimo del mismísimo
rey Jerjes, había llegado a convertirse en general. Según relataba su propio
abuelo orgulloso. Quien le había fabricado la mejor de todas las espadas, un
arma ágil, con la hoja damasquinada y empuñadura de bronce con la que según las
historias, el joven Shapur había desmembrado un millar de infieles.
Entonces
traté de convencerme de que debía perder toda esperanza de volver a verle,
definitivamente. Al fin y al cabo tan sólo habíamos compartido una inocente
charla, cuando ambos éramos niños prácticamente, no tenía sentido que me pasase
la vida aguardandándole. Mi madre insistía en que comenzaba a hacerme demasiado
mayor para encontrar un marido, a mis casi dieciocho años, y el hijo del pastor
más importante de la región no aguardaría mucho más mi respuesta, por muy embelesado
que se hallase de mi gran belleza.
Sin
embargo, una noche, cuando regresaba de atender a mis abuelos, cargada con una
pesada pieza de madera que me habían entregado para que mi padre la tallase, me
encontré con alguien en el camino, alguien que caminaba urgido en dirección a
la ciudad. Tropezamos, aunque la sensación fue la de impactar contra una roca,
el golpe fue tan duro que me tiró al suelo.
Entonces,
el desconocido que viajaba oculto por una larga capa oscura descubrió su cabeza,
inclinándose para ayudar a levantarme.
- Buenas noches, ojos-bonitos – dijo al enfrentar mi
rostro, y yo busqué los suyos urgida, anonadada, estupefacta. Era él, el chico
del río, Shapur, sólo que en muy poco se parecía al muchacho que yo recordaba. Era
mucho más alto, tanto que hube de extender el cuello para poder mirarle a los
ojos, y también corpulento, extremadamente fornido. Cubría su torso musculado
con una amplia capa de algodón negro. Extendió su robusta mano hacia mí,
ofreciéndomela, yo la tomé, incorporándome a su lado.
- Buenas noches – repetí, aún incrédula.
- No podría tener mejor
recibimiento a mi vuelta, ojos-bonitos
– aseguró el guerrero, atravesándome con sus impresionantes iris color miel.
Con su atlético brazo, en el que distinguí multitud de tatuajes de negra tinta,
asió la gran pieza de madera, que parecía completamente carente de peso, como
si fuese de papel.
- Me llamo Aixa – advertí.
- Buenas noches, Aixa – apuntó,
regalándome una sonrisa en la que destellaron las perlas de su boca en
contraste con la piel oscura -. Cuánto tiempo ha pasado desde que nos conocimos
en el río, ¿lo recuerdas? – dudó. Claro que lo recordaba, no había dejado de
pensar en aquel encuentro una sola noche en todos aquellos años.
- Tengo que irme – dije,
apresurada. Aquel joven, Shapur, me intimidaba, haciéndome sentir un profundo
nerviosismo. El guerrero se apartó, permitiéndome el paso, y entonces pensé;
¿de verdad voy a marcharme? ¿Voy a perder la oportunidad de hablar con él después
de tanto tiempo ansiando volver a verle?
- Si quieres, puedo ayudarte a llevar esto a
casa – ofreció amable refiriéndose al cilindro de madera, y yo, en contra de
todo lo que había aprendido que debía hacer una mujer honorable, asentí,
permitiéndole que me acompañase.
Y así fue como seguimos
el sendero que conducía hasta las afueras de la ciudad, en silencio, bajo la
luz de una poderosa luna llena, uno junto al otro. Yo podía sentir el ritmo de
los latidos de mi corazón, acelerados, por el mero hecho de permanecer a su
lado. Shapur me miraba, sin timidez
alguna, y sonreía, en silencio, iluminándome con aquellas las perlas de su
boca. Caminamos sin mediar palabra hasta alcanzar la explanada anterior a mi
humilde casa.
- Mañana, a medio día, cuando el
sol esté en lo más alto – dijo de improviso, sorprendiéndome, capturando mi
absoluta atención – te esperaré en el río, junto al la rueda del viejo molino
abandonado.
- ¿A mí? ¿Para qué? – dudé turbada.
- Para hablar, para pasear… para
lo que quieras – aseguró apretando la pieza de madera contra el torso,
liberando una de sus poderosas manos, alcanzando mi mejilla con sus dedos, en
una tierna caricia. Descendí la mirada completamente abochornada antes de echar
a correr hacia el interior de la casa con el calor de sus dedos palpitando aún
sobre mi piel.
Al día siguiente, y
en contra de todo en lo que había sido educada, acudí a aquella especie de encuentro
junto al río. Con el estómago revuelto por la emoción, como si me hubiese
comido un centenar de guindillas y repitiéndome en la cabeza cuanto me
equivocaba al hacerlo. Y sin embargo caminé hasta el viejo molino, decidida,
habiendo mentido a mis padres, convenciéndoles de que iba a casa de una amiga a
ayudarla a tejer su ajuar.
Pero cuando le vi,
bajo la luz del sol, aguardándome de pie, junto a los restos de la estructura
del antiguo artefacto que antaño proporcionaba agua hasta los campos de siembra,
supe que había hecho lo correcto. Hacía calor y su formidable torso permanecía desnudo,
su piel oscura, sobre la que resaltaban multitud de tatuajes de tinta negra,
resplandecía bajo la luz del sol del mediodía. Vestía unos pantalones amplios
hasta el tobillo del color de la ceniza, y su cabello era negro, muy corto. Sus
ojos se iluminaron al distinguirme descender la colina, probablemente pensase
que no acudiría a su encuentro. Una joven decente nunca lo haría.
Pero yo estaba, ya
entonces, completa, absolutamente enamorada de él y poco o nada me importaba todo
lo que podía estar arriesgando al acceder a vernos en privado.
Sin embargo, el
atractivo general del ejército persa se comportó como lo que era, todo un
caballero, durante nuestra reunión. Y conversamos, sentados a la orilla del rio
que nos había unido, resguardados bajo la sombra de los árboles, durante horas.
Shapur me relató la
dura vida al mando de su ejército, cómo moriría por todos y cada uno de sus
hombres, las penurias vividas allende el desierto… y yo le oí extasiada,
sorprendida de que alguien tan joven pudiese hablar de aquel modo, parecía
mucho mayor. Parecía tremendamente orgulloso de haber dedicado toda su juventud
a convertirse en un guerrero, en el mejor de todos cuantos existían.
Y cuando, al
gesticular, su mano entraba accidentalmente en contacto con la mía, posada
sobre la hierba, un fervoroso hormigueo partía de la boca de mi estómago hacia
la garganta, de un modo incontrolable, haciéndome estremecer.
Así acudí a partir
de entonces, cada mediodía, a su encuentro, durante todos y cada uno de los
días de su breve permiso militar, provocando que se incrementase irremediablemente
mi necesidad de su compañía.
Y le hablaba de mi
vida, que parecía una absurda quimera al lado de la suya, pero el joven general
oía entusiasmado mis tonterías, mis problemas, mis discusiones con mis
hermanos… me prestaba la mayor de las atenciones, me aconsejaba, se preocupaba
por mí.
El tercer día me
besó.
Y creí que el cielo
caería a mis pies cuando sus labios se posaron suavemente sobre los míos. Aquel
fue mi primer beso.
Y desde entonces
pasamos horas besándonos, acariciándonos, abrazándonos, entregados el uno al
otro.
El último día, diez
noches después de su llegada, mi padre me prohibió salir. Dijo que mi afán por
ayudar a mi amiga con su ajuar me había llevado a abandonar mis deberes para
con la casa y me castigó. Yo no podía creerlo, no aguantaría que Shapur se
marchase, que regresase al frente de batalla, poniendo su vida en peligro
nuevamente, sin despedirme de él. Así que obviando el temor a la mayor de las
palizas por parte de mi progenitor, en lugar de ordeñar a las cabras huí en
cuanto tuve oportunidad, corriendo a su encuentro.
Cuando alcancé el
viejo molino Shapur estaba a punto de marcharse, su expresión de preocupación
reconfortó mi alma fugitiva. Y aquella soleada tarde de primavera el joven
general me confesó que su padre, el mismísimo rey Jerjes le había enviado al
más peligroso de los frentes, comandando la conquista de Grecia por el ejército
Persa. Una labor enormemente arriesgada pero de la que si salía airoso le
llevaría a la gloria como militar.
- ¿Por qué llevas esos nombres
tatuados en el cuerpo? – me atreví a preguntarle y los voluminosos labios de
Shapur dibujaron una sonrisa para mí.
- Es el nombre de todas y cada
una de las batallas que he librado y vencido.
- Son muchas.
- Y pronto, habrá más – apuntó,
con la mirada perdida en el horizonte -. Cuando regrese de Grecia, dentro de
dos o quizá tres años, lo haré con muchas riquezas, las suficientes como para
crear una familia a la que no le falte de nada. Entonces, me gustaría te unieses
a mí como esposa, ¿me esperarás? – pidió. Sus palabras me dejaron petrificada, no
podía ser más feliz. Claro que sí, le esperaría, por siempre, toda mi vida lo
haría.
Shapur volvió a
besarme en los labios con una dulzura infinita, e hicimos el amor, me entregué
a él, aquel último día, y la luz de la luna nos alcanzó amándonos el uno al
otro, entre las ruinas del viejo molino, de un modo inagotable. Como si ambos
supiésemos que aquella sería nuestra primera y última oportunidad de hacerlo.
El guerrero fue
cuidadoso, tierno y entregado, haciéndome sentir que merecería la pena morir
por él, que la vida no volvería a ser la misma si no le tenía a mi lado. Pero
llegó el momento de despedirnos, sabía que mis padres estarían buscándome
preocupados. Así que guardé en mis labios el sabor de los suyos, para siempre.
A mi regreso fui
violentamente golpeada por mi padre por mi intolerable rebeldía. Mi propia
abuela fue la encargada de verificar si mi virginidad se hallaba o no intacta,
y no lo estaba, por supuesto que no. Se la había entregado a él, junto con mi
alma y mi esperanza.
La certeza de su
amor me dio fuerzas para resistirlo y ni una sola lágrima fluyó de mis ojos
mientras era salvajemente vapuleada por la ira de mi progenitor, tratando de
arrancarme el nombre del hombre que me había ultrajado a golpes. Ni la sangre
que recorrió mis labios, ni las brutales heridas que me produjo con la vara con
la que solía atizar a su rebaño hicieron que confesase. A partir de aquel día hube
de marchar a vivir a casa de mis abuelos, quienes se apiadaron de mí después de
que mis progenitores de repudiasen. Desde entonces mi único aliento, mi única
esperanza era su regreso. Pero Shapur no regresaría jamás.
La noticia de su
muerte llegó a principios del invierno, aproximadamente un año después de su
partida. Como una daga helada se deslizó por la ciudad hasta alcanzarme. Gran
parte de su batallón había sido masacrado debido a una estrategia griega y el
joven general era contado entre los fallecidos. Ese mismo día mi esperanza
murió, como lo hizo mi alma.
No podía creerlo,
me negaba a aceptar que el hombre del que estaba enamorada desde que era una
niña hubiese muerto. Que le había perdido para siempre, y que ni siquiera
tendría un cadáver al que velar, al que llorar mi profunda desolación.
Los meses
transcurrieron como décadas desde entonces. Uno tras otro; invierno, primavera,
verano… Las estaciones se sucedían, pasando sobre mí, haciéndome sentir una
anciana, completamente hastiada del mundo que continuaba su rumbo sin
importarle lo más mínimo mi infinita desdicha.
Había transcurrido casi
dos años desde que conocimos la noticia de su muerte, dos años durante los que me
había convertido en la sombra de mi misma. No comía, me vestía con harapos y
había descuidado mi aspecto físico… sencillamente estaba muerta en vida. Mis
abuelos temían por mi salud, incluso mi madre, sin dar muestras de ello a su
esposo, lo hacía.
Pero entonces,
sucedió algo completamente inesperado. Una noche, avivaba el fuego de una
pequeña hoguera frente a la entrada de la casa, con pedazos de madera seca,
intentando crear brasas de carbón con las que calentar la humilde vivienda pues
se acercaba el invierno. Una brisa fría agitaba las copas de los árboles en
mitad de aquel paraje desolado alejado del cadencioso bullicio de la ciudad. Aticé
las brasas. La luz de la luna llena brillaba en el horizonte, permitiéndome
distinguir con casi total claridad el derredor, el suave viento mecía las
llamas que danzaban a su compás. Entonces sentí un ruido a mi espalda, me giré,
sin hallar nada, solo oscuridad, pero al voltearme de nuevo le vi ante mí.
Era él.
Era Shapur.
Fue sólo un
instante, al otro lado del fuego. Contemplé cómo las llamas dibujaban fantasmagóricas
siluetas sobre la piel morena, y sus ojos, antes de un cálido color ámbar,
habrían cobrado un brillo mágico, dorado, que fulguraba aún más que las llamas.
Me miraba, fijamente, como si pudiese atravesarme, como si alcanzase a ver a
través de mí.
Mi corazón se
paralizó un segundo eterno y arrancó a latir desesperado, acelerado, urgido
mientras mi boca se negaba a pronunciar palabra. Él sonrió, descubriendo unos
aterradores colmillos que surgieron de la encía. Me quedé inmóvil,
observándole, como si de una aparición se tratase, aterrorizada y aliviada a
partes iguales. Pero entonces un nuevo ruido desde el interior de la casa llamó
mi atención, mi abuela me requería y me giré.
Desapareció, a la
misma velocidad a la que había surgido. Se esfumó ante mis ojos, como si tan
sólo se hubiese tratado de una ensoñación.
Pero yo sabía que
no lo había soñado, le había visto con mis propios ojos. Y le llamé, grite su
nombre que resonó en la fría y oscura noche, sin obtener respuesta alguna. Lo
hice durante horas, llamándole, gritando, hasta que mis abuelos me obligaron a
regresar al interior de la casa.
Cuando relaté lo
sucedido mi abuelo me dijo que sólo se trataba de mi imaginación, una mala
jugada de mi mente dañada que debía olvidar cuanto antes. En cambio, mi abuela
buscó mi presencia a solas y me habló de los demonios de la noche, unos seres aterradores de apariencia humana
con afilados colmillos que se alimentaban de sangre, y que si te mordían podían
convertirte en un monstruo.
Pero lejos de lo
que pretendía mi pobre abuela que era asustarme, aterrorizarme, y que rehuyese
cualquier presencia de uno de estos seres demoníacos, lo que consiguió fue que
desde aquel preciso instante tan sólo desease encontrarle de nuevo. Consciente
de que si Shapur se había transformado en un monstruo, en uno de aquellos
demonios, mi único objetivo a partir de aquel momento sería entregarme a él,
alimentarle con mi propia sangre y morir devorada entre sus brazos. Aquel era
mi deseo y sería capaz de cualquier cosa por conseguirlo.
imagen: office.com
Quiero más!!!!
ResponderEliminarBesitos preciosa.
Pili
si por favor.
ResponderEliminarEncantador mordisco,,, es una historia preciosa y muy romantica.
ResponderEliminarbesos.
Me quedo con ganas de más!!!
ResponderEliminarYolanda.
Un besete.
Me quedo con ganas de más!!!
ResponderEliminarUn besete!
Yolanda.