¡Esto es mío! gritó un homo sapiens,
amenazando con un gigantesco hueso de mamut en la mano a otro hombre-mono que
se le acercaba curioso. Bueno, en realidad diría algo así como ¡hu-hu-hu! Pero
el otro lo entendió a la primera, de eso estoy segura.
Y el pobrecillo se apartó, dejando al homo
sapiens alfa con su brillante colmillo de mamut entre las manos (su tesoro,
como diría Gollum), sin saber, sin siquiera imaginar que nada volvería a ser lo
mismo a partir de aquel aciago instante. Pues el ya citado sapiens alfa, acababa
de descubrir, así envuelto en los pellejos disecados de cualquier animal, y lo más importante; sin
notario ni nada, la propiedad privada.
Y a partir de entonces hubo más ¡hu-hus! y más manos en alto proclamando
que aquel hueso, aquella piedra afilada e incluso aquellos piojos eran suyos. De su
propiedad.
El tiempo ha pasado, unos pocos miles de años, así como si
nada, y resulta abrumador comprobar lo poco que hemos evolucionado; Ese aparcamiento es mío y fulanito pretende quitármelo
(en dicho caso aún continúan siendo efectivos los ¡hu-hus!), este es mi lado de la calle, mi casa, mi parque, mi colonia…
Mi tierra, y no puedes pisarla, y
para ello pago a alguien para que asegure que es mía (¿y quién te la vendió?, ¿quién
tuvo potestad para hacerlo?, ¿o se vendió ella sola allende los tiempos?). Pues
es así, porque lo pone en un papel, escrito por un hombre, como yo. Es mi tierra a pesar de que es tan inmensa
que tardarías un día entero en recorrerla a pie, a pesar de que podrían vivir
cien familias en ella con facilidad.
Mi dinero, mío, aunque tengo tanto que ni
en diez vidas conseguiría fundirme hasta el último céntimo, a pesar de que con
él, en lugar de un jet privado, podría comprar veinte millones de vacunas que
salvarían veinte millones de vidas.
Y yo no puedo evitar pensar… Si tan
sólo pudiese viajar en el tiempo… Si tan sólo pudiese aterrizar justo en el preciso momento en el que aquel homo sapiens (macho, me juego lo que queráis ;))
alzó el hueso de mamut... Justo antes del primer hu-hu… Le atizaría con él en
toda la cocorota, y le diría, como a los niños pequeños: ¡aprende a compartir,
leñe!
Buen fin de semana a tod@s.